6.000 pesetas de whisky: 10 grupos que no son mis favoritos, pero podrían serlo

Es algo cíclico, no sé si de manera espontánea o promovido por alguna «mano negra», cada cierto tiempo Facebook se llena de listas particulares de favoritos. Libros, películas, series, grupos… No es la primera vez, ni será la última. Ahora toca compartir selecciones de discos. Creo que empezó siendo algo así como «los 10 discos que más te han influido» y ha acabado transmutando a «tus 10 discos favoritos». Hay ciertos matices que diferencian, o deberían diferenciar, el contenido de las mismas, pero esto ahora mismo no tiene mucha importancia.

 

Cualquiera que sea usuario habitual de redes sociales sabe cuál es la dinámica de estas cadenas: alguien te nomina, haces tu propio listado y lo publicas en tu perfil nominando a X personas más, con lo que la movida se difunde de forma exponencial por la red. Aunque alguna nominación aislada ha caído por ahí, yo no he hecho mi lista, no oficialmente al menos, me he limitado a contestar con lo que he denominado «lista de emergencia». Y es que, lo digo continuamente, las listas me dan mucha pereza, me resulta incómodo acotar algo tan amplio y variado como la música.

 

Si en el caso de los mejores discos del año reconozco que algo bueno pueden tener, como recuperar trabajos dejados atrás o descubrir otros que se nos habían escapado durante el año (aunque no tanto como para compensar aspectos negativos como la obsesión por ordenar y jerarquizar la música o la programación y condicionamiento de nuestra «agenda musical»), me rebelo sin reparo alguno contra esta proliferación de relaciones musicales históricas. Porque, salvo contados casos, no suelen descubrir nada nuevo y por el contrario ponen de manifiesto algo que a mí personalmente me fastidia mucho asumir: ¡Nunca hay tiempo suficiente para escuchar toda la música que a uno le gustaría!

 

Y enlaza esto con un tema recurrente en mis textos, que algunos de los listados que he podido ver en los últimos días me han recordado, las «deudas pendientes», las «6.000 pesetas de whisky que Torrente le debía eternamente a Antoñito (Cañita Brava)», esos grupos que conoces desde hace muchísimo tiempo y que, a pesar de llamarte la atención, nunca llegas a prestarle la atención que merecen. Así que, por una vez y sin que sirva de precedente, dándole una pequeña vuelca de tuerca al asunto, no voy a quedarme al margen de la corriente, aquí va mi propia selección… pero al revés.

 

King Crimson
Pongo hoy la radio en el coche, suenan Fripp y compañía y yo me acuerdo de Antoñito… y de que tengo que terminar de escribir este texto. Extiéndase la deuda al rock progresivo en general.


Tortoise
Creo que el grupo de Chicago es el primero que me viene siempre a la cabeza cuando abordo este tema, pero su primer disco tiene ya 20 años y aún así nunca paso de esta primera puerta.

 

Jawbox
Llegué tarde a eso del post hardcore / rock DC y mi primera toma de contacto con J. Robbins fue con Burning Airlines, que me entusiasman, así que siempre que me da por recuperar los discos de este género y aquella época, me quedo a mitad del camino.

 

Neil Young
¿Neil Young? Alguien dirá que siempre estoy diciendo que Neil Young es Dios y mentira no es, pero ¿cuántos discos ha publicado este genio canadiense? ¿Cincuenta? ¿Más? No debería parar hasta conocerlos todos al dedillo.

 

Mudhoney
Esto no me voy a entretener en explicarlo, paso directamente a flagelarme.

 

Motörhead
«Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir».

 

Camela
Bueno, no, en realidad he escuchado a Camela lo justo y necesario, que son las veces que he puesto el vídeo de «El calor de mi cuerpo» para demostrar que salen Ellos como figurantes. Pero sería un estupendo homenaje a mi barrio, donde son históricamente el grupo más escuchado con muchísima diferencia.

 

Ya, no son 10… ¿No te he dicho que me dan pereza las listas? Además, ¡ni que fuera este el blog de un gurú del Social Media!

 

 

 

«Hipster, gafapasta, indie, Social Media, Black Keys, Cristiano Ronaldo…», para La Tribuna del Noroeste

Artículo publicado el 14 de febrero de 2013 en La Tribuna del Noroeste:

 

 

Ya he captado vuestra atención con el titular, poco importa lo que escriba a partir de ahora. Es la conclusión a la que he llegado después de leer en las últimas semanas algunos artículos que, con las palabras mágicas como reclamo, corren como la pólvora por Internet. Da igual que sean rigurosos o que se dediquen a dar palos de ciego, tirando de sensacionalismo y demagogia, que la difusión está garantizada. Adhesiones, discrepancias, discusiones encarnizadas; polémica, que parece que es lo que importa. Y como últimamente ando escaso de anécdotas que comentar, he decidido sumarme a la moda. Es más, ni siquiera voy a comentar todo lo que el encabezamiento sugiere, es puro cebo. “¡Si ellos pueden, yo también!”.

 

La cuestión es que, en realidad, esta semana podría hablar largo y tendido de los Grammys y de las cuatro estatuillas que se llevaron Black Keys, pero no me apetece. Por mí como si les hubieran dado un TP de oro. El dúo de Ohio no me entusiasma, pero tampoco me desagrada. No son ellos el problema, diría lo mismo si los ganadores fueran Neil Young o Nick Cave. Pero no hay que olvidar que, aunque triunfen Black Keys o Mumford and sons, entre los galardonados también aparece gente como Juanes. Así que, dejadme que me mantenga receloso ante estos premios de la industria y que no les dé mucha importancia. De hecho, para mí el mejor momento de su historia fue cuando en el documental «Twenty» Stone Gossard de Pearl Jam enseña su casa y encuentra uno arrumbado en su sótano: «Oh, mira, un Grammy».

 

Prefiero contaros que hace unos días estuve almorzando en un “bar de viejos” (o como siempre lo hemos llamado en mi barrio, un bar) al que voy a veces y no había ningún hipster. “Ya me han vuelto a timar”, pensé. Yo que me había ilusionado pensando que era un hipster desde los 90, pero no me había enterado… A lo mejor es que eso de que los hipsters prefieren los bares de viejos es algo que sólo ocurre con un sitio (o unos pocos) de Madrid y quien firma el artículo (en la revista GQ concretamente) se vino arriba pensando en lo impactante de la historia. O quizás es que no me fijé bien. Porque claro, ¿qué es exactamente un hipster? ¿Es imprescindible el gusto por la ropa vintage, el abuso de cacharrería tecnológica o la intensa actividad en redes sociales? ¿Hay que cumplir con todos los requisitos o se puede ser un hipster sólo parcialmente? ¿Es lo mismo un hipster que lo que algunos, con cierta guasa, llaman moderno por escuchar determinado tipo de música y acudir a festivales? ¿Es suficiente con ser “joven y moderno”, que cantaban Net Weight? Por último, enlazando con el siguiente tema, con el que voy a cerrar mi populista intervención, ¿los hipsters sólo deben escuchar música indie?

 

El indie, otro asunto que desde hace ya un tiempo se convierte en el protagonista de las tertulias musicales (formales o improvisadas). ¿Qué es el indie actualmente? ¿Un concepto, una etiqueta, un estilo musical? Yo siempre acabo en la misma cuestión: teniendo en cuenta las compañías (y su forma de trabajar) que respaldan a los grupos que, al menos en el mercado estatal, encabezan los carteles de los festivales y acaparan tiempo y espacio en algunos medios especializados, ¿tiene sentido hoy en día, que se ha perdido la esencia que dio origen al término “indie”, seguir usándolo? Desde el punto de vista del oyente nada hay que recriminar, cada cual escucha la música que le gusta y le apetece, independientemente de la denominación. Pero desde el punto de la industria, se me ocurre una analogía con el café descafeinado o incluso con el típico “café de olla” (infusión de malta) que sirven en las barracas durante las Fiestas de Primavera de Murcia. Hay gente a la que le gusta, hay quien lo bebe porque el café no le sienta bien, porque le apetece diversificar o porque se piensa que es café… pero no lo es y nunca se debería vender como tal. “¡Nos vamos al mainstream!”.