El rock según Lüger-Schwarz

A Lüger me niego a llamarlos teloneros. Creo que todo el que vio su concierto estará de acuerdo, miembros de Schwarz incluídos. Lo que hicieron, acostumbran a ello, fue un conciertazo que los posiciona directamente como invitados de lujo. Ellos disparan con algunas armas parecidas a las de sus anfitriones murcianos, pero su propuesta aporta una sensación de mayor concreción, sobre todo en el formato de canción, más acotado. Sonaron como una apisonadora, nunca me habían abofeteado con tanta elegancia como hizo esta banda el sábado (bueno, quizá Lisabö hace unos meses, será cuestión de diéresis). Tienen una baza ganadora añadida, pese a compartir con Schwarz la querencia por los desarrollos machacantes y una visión abierta e intensa del rock: su muestrario de melodías adictivas. No podemos decir que sean precisamente unos veteranos (como banda) pero llevan un rodaje en directo envidiable, lo dominan con maestría. De hecho, puestos a compartir con Schwarz, también son de grabar sus discos en directo con estupendo resultado. Tuvieron muchos momentos para mencionar, pero la interpretación que hicieron de su ‘Monkeys everywhere’ fue impresionante. Tanto que a nuestro ilustrador de cabecera (literal), Cascales, le inspiró el dibujo que encabeza esta entrada, regalada en exclusiva para el blog. Gracias Lüger, gracias Cascales.

Llegó el momento “alquimístico” de la noche. Cuando uno se plantea comentar un concierto de Schwarz siempre lleva rondando en la cabeza aquello de lo poco que, ateniéndonos a las entrevistas, le gusta a los miembros del grupo que lo suyo se catalogue de raro o difícil de digerir. En parte tienen razón, lo que hacen es simplemente rock abierto de miras, tendente a lo psicodélico, con ramalazos progresivos, géneros conocidos y con historia, aunque no exentos de ciertas dificultades para el oyente medio. Vamos, que su propuesta requiere, quizá, una mayor predisposición ante un espectáculo que acaba revelándose más cercano a la experiencia sonora que a un concierto al uso. Hablemos pues del sonido, muy comentado tras la actuación por su calidad y definición, por lo apabullante del mismo, por el trabajo de banda acumulado para lograr esa comunión perseguida con sus instrumentos. Ha sido un trabajo fructífero, sonaron mejor que nunca. El pero: para mí, los momentos de “estepa sonora”. Quizá para otros no supusieran problema alguno, incluso sirvieran de alivio acústico. Cuando acuciaba la, llamémosla, introspección, cuando el drone se hacía más presente que el ritmo, me sacaban del concierto. Sin embargo los picos de intensidad que desplegaron en muchos momentos te retorcían, atrapándote con energía y con una constancia rítmica a prueba de metrónomos, excelente Cesar Verdú a la batería. Bueno, impecables los tres en la ejecución. La puesta en escena, una bacanal de humo y láser, provocó sensaciones encontradas: a mí me pareció un buen recurso estético y además permitía fumar a escondidas, a mi compadre Zaplana le descolocaba un poco a ratos la falta de contacto visual. Una cosa más, conseguir enfocar para sacar una buena foto fue un auténtico reto, de hecho creo que no lo llegué a conseguir del todo, testimonio gráfico y poco más, que tampoco andaba yo muy fino.