Captura Sonora: Nepal Napalm / Susan Drone

Raúl Frutos, Nepal Napalm. Fuzz Factory, mayo 2023

Nepal Napalm a priori es un proyecto de metal, pero que parezca un accidente. A mí el metal no me gusta mucho y esto me gustó bastante. Será porque se derivan a lugares sonoros originales y atractivos, hasta esquivar el callejón sin salida en que a veces se convierte el género de partida. Del mismo toman, entre otras cosas, una desafiante y contundente energía. Un metalhead me diría que yo no sé de esto. Yo le daría la razón y añadiría que ni falta que me hace. Al menos mientras existan grupos así, que utilizan los géneros como herramientas de transversalidad. Seguramente a su pesar, Nepal Napalm son, en el fondo, unos pacificadores. Sobre lo innecesario de los dogmas pensaba yo mientras hacía algunas fotos y escuchaba ese ‘Brandy Soaked Path’ que parece Black Sabbath con vocoder. Está en su flamante nuevo disco, ‘A Hate Supreme’ (gran título). Os gustará.

Esto fue en una nueva jornada de Lonja Negra (larga vida) que abrió una electrónica y siempre recomendable Susan Drone con nuevo EP (Stupor Mundi) bajo el brazo. A su concierto no llegué por cuestiones de la exigente vida adulta. A la próxima será, seguro.

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Captura Sonora: Lorena Álvarez y sus Rondadores

Lorena Álvarez y sus Rondadores. Murcia, noviembre de 2022

Y pasó por fin Lorena Álvarez por esta ciudad. Con su habitual carcajada corta, su ironía alegre, un vestido blanco y dos astutos rondadores. Y le cantó a la sencillez, el desamor, los amigos y la naturaleza. Temas universales convertidos en pequeños cuentos poéticos, con un ojo guiñado al desencanto y el otro sin perder de vista la luz. Su abrazo al folk es, por momentos, expansivo y genera ciertos remansos sutilmente psicodélicos en los que uno se encuentra muy bien. ¡Cómo trenzan esas cuerdas! Sin miedo al bucle acústico, ni a la melodía pop, que colorea todo.

Canciones sencillas y siempre acogedoras, incluso en un espacio sobreiluminado y algo frío como el del jardín cervecero montado en el Cuartel de Artillería para la ocasión.

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Captura Sonora: Balcanes / Pau from Marc

Pau from Marc. La Madriguera, noviembre de 2022

Dos formas de llegar a casa en una jornada cualquiera de distopía occidental: tirándose en dejada al sofá o reventando el marco de un portazo. Ambas válidas, compatibles y convertidas en música. Juntas, una montaña rusa de emociones que cierra otro capítulo de Lonja Negra en La Madriguera. Bien de intensidad, bien de gente, y lleno de premios para los ávidos de aristas sonoras.

Pau from Marc es la dejada perfecta. Un tempo, programado con moderación, que te abre la puerta al color. Su disco ‘Living Room Songs’ cristalizó así, en una época en que los bailes ‘de salón’ eran los únicos posibles. Ahora te lo cuentan en directo como si estuvieran en tu casa, y hasta los problemas técnicos les quedan bien. Sin prisa y con canciones que te llevan en brazos a muchos sitios pero siempre acaban retornando a algún lugar bajo la sierra de la Muela alhameña, su idílica base de operaciones. Su techo está por abajo, cuando se atreven a rozar hasta el dub.

Balcanes trabajan más la incomodidad del portazo. No es un abrazo lo suyo. Se parece más a la explosión de todo aquello que llevamos arrastrando. La contorsión eléctrica funciona bien porque la rutina necesita su exorcismo, y un buen chute de esta banda te anima a vomitar tus males. Los pasajes en calma existen, pero para coger resuello. Una banda pecisa que te agita con un cantante contorsionado al que cada vez se le sale más la camisa. Recién llegado de una oficina imaginaria en la que todo ha ido mal. Desde Asturias, sean bienvenidos por aquí. Nosotr@s también llegamos a casa igual muchas veces.

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Captura Sonora: Dame Area / Espiricom / Pandemian

Dame Area. La Madriguera, octubre de 2022

Lonja Negra es un colectivo cuyo advenimiento llega envuelto en cierta oscuridad estética y formal. Sin embargo, ilumina senderos estimulantes para la Murcia musical. Destinados a unos pocos, pero abiertos a todos los pocos que quieran transitarlos. Criterio sin elitismo. Subversión sin agresión. Nutrición cultural y diversión subterránea. La unión de subsuelos ya ha funcionado otras veces por esta zona en la que la colectividad importa mucho para esquivar la planicie. La autogestión con palos y cañas implica desgaste y requiere relevos. Es una disciplina en la que se asume morir en el intento. Pero no inmediatamente. Así que larga vida y asistencia, que es lo que alimenta las programaciones de riesgo.

Ahora lo de los conciertos de hace unos días. En La Madriguera. Amabilidad, buen sonido y fluidez general.

Empezando por el final. Lo de Dame Area. Tremendo espasmo tribal, cableado industrial, mucha actitud, adictivos mantras vocales, baquetas certeras y cabezazos a los micros de contacto. Contorsiones, suyas y del público. Si me paso elogiando resultaría sospechoso, pero me gustó mucho. Y observando al personal juraría que no fui el único.

Espiricom. Una sólida pieza central para la noche. A todo riff adulterado. Con nuevo disco de rock electrónico multilateral bajo el brazo, un aire esotérico, ahumado y casi a contraluz. Extra de mérito sorprendiendo y epatando en casa. En su terreno se sabe de ellos y de su listón. Siempre lo cruzan. Frescos como rosas, consistentes como rocas. Un gusto de vapuleo psicotrópico.

Pandemian nos puso firmes para empezar. Y nos amarró fuerte a base de ruido electrónico y almohadón de graves. Electrónica ruidista que hurga en lo inesperado, ritmos que mutan en metralla y una elegante intensidad.

Mientras procesaba el disfrute, hice unas fotos. Enhorabuena a los premiados.

¡Dame Nave!

Una interesante y sutil programación, un recinto acogedor, buen sonido, buena disposición y las ganas de hacer las cosas bien por parte de la organización. Y unas buenas luces, ¡tan añoradas en estos tiempos de directos de Instagram en cuartos sin ventilar!

Así ha sido el despegue prudente y controlado por parte de la gente de Ruidismo Festival, inventores de este Dame Nave que el pasado fin de semana le pegó un chute de ventolín a este asmático 2020 para la música en directo.

Fue casi una degustación, pero en cada uno de los tres pases hubo algo reseñable.

Soledad Vélez volvió a Bullas, esta vez sola frente a las teclas y elegante en su despliegue de synth pop. Pichón se estrenaba con un pop lo fi tan poco ambicioso en la producción como atractivo en la composición. Hay canciones. El bullero Alfonso de Miguel abrió la noche parapetado tras su batería y unas cuantas piezas de pop electrónico. En algún lugar entre lo jazzy y lo urbano.

Lo disfrutamos, enhorabuena y a seguir.

Los valientes propósitos de Alondra Bentley

Alondra Bentley, retratada por Julia Lomo para la promo del disco.

   Tenemos pendiente una cita en condiciones con Alondra Bentley. Radiofónica, a ser posible. Pero como vamos a nuestro aire, ella está felizmente ocupada ahora y las circunstancias no siempre se producen al gusto de todos, esperaremos al momento adecuado. Llegará, porque siempre nos agrada pasar un rato con ella.

    Hace unos cuantos años ya que sus trinos comenzaron a llamarme la atención, los suficientes para poder desterrar de una vez la socorrida (y manida) comparación con un pajarillo. Bastantes para dejar de utilizar el comodín de la dulzura campestre, el “ay-qué-bonico-todo” y centrarnos en el verdadero eje vertebrador de lo que importa en la obra de Alondra. Ha conseguido, aún de lleno en su juventud, reunir una estupenda colección de canciones atemporales que gravitan sin complejos en torno a las grandes composiciones clásicas de la música popular. Es melómana, se nota, aunque eso no te hace necesariamente buena compositora, incluso puede ser un arma de doble filo tanto referente cruzado. En su caso, todo lo escuchado parece haberle otorgado una vara mágica de medir, la de saber hacer redonda una canción. Esa melodía que te atrapa, la evocación adecuada, el estribillo adictivo. Lo que importa es eso, quería decir, saber convertir lo abstracto en algo tangible, pragmático pero bello. Se trata de hacer canciones, ¿no?

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La Mar de Músicas 2013

El pasado sábado 27 de julio terminó la XX edición del festival cartagenero La Mar de Músicas, recortado en presupuesto y extensión, pero bastante bien organizado en poco más de una semana por distintos puntos de la ciudad y con conciertos al alcance de todos los públicos: tanto para paseantes que hacen un alto para ver qué se cuece en la Plaza del Ayuntamiento como para melómanos que pagan entrada para subir a las maravillosas ruinas de la Catedral o al Auditorio del Parque Torres, cuyo escenario acogió a la mayor parte de «pesos pesados» del festival, bajo las estrellas y refrescado por la brisa marina y los minis a 6 euros.

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Optimus Primavera Sound, punto de inflexión

Parque da Cidade, el mejor recinto posible

Este año ha costado, mucho, no soy el único que ha sido zarandeado por la situación económica y laboral en los últimos tiempos y eso te lo pone difícil a la hora de disfrutar de tus aficiones favoritas. Las mías suelen ir ligadas a la música. Además de economizar, necesitaba también cambiar de aires para disfrutar una de mis citas ineludibles del año, el Primavera Sound. Recuerdo perfectamente la primera vez que asistí a este festival, era su segunda edición, en el Poble Espanyol, después vinieron muchas más. Inmediatamente me atrajo lo variado y original de su cartel y ese afán de diferenciarse del concepto masivo que ya se hacía muy patente en otros eventos como el FIB. O eso me lo parecía a mí, porque lo cierto es que con los años, como era de esperar, la edición barcelonesa de este evento también se ha masificado, creciendo hasta convertirse en una especie de monstruo inabarcable para muchos. La calidad del cartel, con algún que otro guiño efectista demasiado cantoso, ha permanecido año tras año a un nivel muy alto, aunque hoy ya excesivo en la cantidad de oferta de grupos y escenarios. Todo cosas del negocio, supongo.

Lo bueno que podemos extraer de esta reflexión es que los beneficios de ese negocio parecen haber sido invertidos con más o menos éxito en distintas ramificaciones que nos hacen mantener la esperanza a los que siempre hemos pensado que la marca Primavera Sound, con sus bondades y miserias, ha creado los mejores y más variados carteles de festival que se han visto en España, posicionándose entre los mejores del mundo en los últimos años. El Primavera Club como hermano pequeño de invierno tendría bastante que debatir para mi gusto, es una buena idea pero con algunas cosas muy importantes que pulir. De lo que yo quiero hablar realmente es de la ramificación portuguesa del asunto: el encantador Optimus Primavera Sound. 

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El rocker, el crudo y el Mena…

En un sábado noche repleto de conciertos a los que asistir, optamos por darnos una vuelta por Cartagena para inyectarnos un poco de rock´n roll en vena y sacudirnos así el lastre acumulado de toda la semana. El colectivo Rocket 88 organizaba una fiesta en la que actuaban los madrileños Help me devil. Llegaron con su segundo disco, ‘Lokanta hell’, bajo el brazo, les recibió el público adecuado para lo suyo y, claro, el bar se llenó y la gente disfrutó. Estuvieron empáticos y demostraron que lo suyo no tiene trampa ni cartón, disparando composiciones propias de género (rockabilly, country y algo de blues) y algún que otro clásico en forma de versión. No caigamos en la trampa de esperar un concierto de unos Heavy Trash españoles (su disco lo ha producido Matt Verta Ray, compañero de aventuras de Jon Spencer). Su concierto no fue incendiario ni deslumbrante en lo técnico,  algunos detalles se pierden con respecto a su contundente grabación (elogiada por la crítica especializada), pero mantuvo la intensidad constante y ese ‘ritmillo’ que te hace no parar de mover la pierna en todo el rato. Suelo de madera, cerveza fresca, movimientos de cadera, algunos tupés y humo (en la puerta, como manda la ley) en una noche agradable en el Coyote Bar del puerto de Cartagena.

En el rock y derivados lo primitivo bien enfocado funciona, es el cuento que los mencionados Help me devil parecen tener bien aplicado para sus conciertos y es algo que tiene aún más claro el murciano Raúl Frutos. Su penúltima aventura musical es la que desarrolla junto a su pareja y manager Inma Gómez bajo el nombre de Crudo Pimento. Poco a poco han ido cocinando canciones en casa hasta que, casi sin darnos cuenta, tienen ya un disco practicamente preparado, que por lo visto se va a editar en vinilo. El domingo pudimos comprobar en la asociación ‘El Quirófano’ de La Arboleja como suenan las nuevas composiciones en directo.  Fue un buen concierto, con un atractivo que reside en el encanto aviejado, cazallero y atemporal de las composiciones, pero también en la capacidad didáctico-humorística de Raúl para explicar su procedencia, añadiendo incluso detalles sobre los mecanismos que generan el sonido de sus curiosos instrumentos. La mayoría son caseros, de aspecto rudimentario y fuerte personalidad, como la del propio artista. Inma, reconocida novata en estas lides (eso también se explicó durante el concierto), estuvo correcta y discreta, el palique se lo dejó a su compañero y se centró en dotar de cuerpo a las canciones con percusiones tan básicas como efectivas.

La aparición de El bueno, el feo y el Mena es una de las mejores noticias que nos ha dejado el pasado año en la escena local murciana. Sobre todo por la carencia de artistas nuevos que le tiren sin complejos y con conocimiento de causa a géneros clásicos como el folk, country o incluso a cosas más negras, más souleras. Alguno que otro habrá orientando la mirada hacia esas latitudes sonoras, pero no con la voz (ni el bigote) de Antonio Mena, ni con dos escuderos ya curtidos en mil batallas (pese a su aspecto juvenil) como Lean (teclados, bajo, guitarra) y Luigi (batería, banjo). Se nota que a la propuesta le falta un poco de rodaje, no es fácil tocar con la asiduidad que a uno le gustaría para curtirse, pero hay dos cosas fundamentales en esta banda: talento y canciones. Funcionaron mejor las composiciones propias que las versiones, algunas un tanto improvisadas. Esto debe tener una lectura positiva al margen de los pros y los contras que tiene el versionar clasicazos como ‘The Weight’, ‘Old man’ o ‘No expectations’. Y luego están las roturas de cuerda y el sonido a veces difícil de acoplar del espacio de conciertos de El Quirófano (parece que hay prevista una mejora inminente), que no dejan de ser gajes del oficio que sortearon con actitud. Un cierre elegante para una tarde más de buena música (y van unas cuantas ya) en la fértil huerta cultural de La Arboleja.

El rock según Lüger-Schwarz

A Lüger me niego a llamarlos teloneros. Creo que todo el que vio su concierto estará de acuerdo, miembros de Schwarz incluídos. Lo que hicieron, acostumbran a ello, fue un conciertazo que los posiciona directamente como invitados de lujo. Ellos disparan con algunas armas parecidas a las de sus anfitriones murcianos, pero su propuesta aporta una sensación de mayor concreción, sobre todo en el formato de canción, más acotado. Sonaron como una apisonadora, nunca me habían abofeteado con tanta elegancia como hizo esta banda el sábado (bueno, quizá Lisabö hace unos meses, será cuestión de diéresis). Tienen una baza ganadora añadida, pese a compartir con Schwarz la querencia por los desarrollos machacantes y una visión abierta e intensa del rock: su muestrario de melodías adictivas. No podemos decir que sean precisamente unos veteranos (como banda) pero llevan un rodaje en directo envidiable, lo dominan con maestría. De hecho, puestos a compartir con Schwarz, también son de grabar sus discos en directo con estupendo resultado. Tuvieron muchos momentos para mencionar, pero la interpretación que hicieron de su ‘Monkeys everywhere’ fue impresionante. Tanto que a nuestro ilustrador de cabecera (literal), Cascales, le inspiró el dibujo que encabeza esta entrada, regalada en exclusiva para el blog. Gracias Lüger, gracias Cascales.

Llegó el momento “alquimístico” de la noche. Cuando uno se plantea comentar un concierto de Schwarz siempre lleva rondando en la cabeza aquello de lo poco que, ateniéndonos a las entrevistas, le gusta a los miembros del grupo que lo suyo se catalogue de raro o difícil de digerir. En parte tienen razón, lo que hacen es simplemente rock abierto de miras, tendente a lo psicodélico, con ramalazos progresivos, géneros conocidos y con historia, aunque no exentos de ciertas dificultades para el oyente medio. Vamos, que su propuesta requiere, quizá, una mayor predisposición ante un espectáculo que acaba revelándose más cercano a la experiencia sonora que a un concierto al uso. Hablemos pues del sonido, muy comentado tras la actuación por su calidad y definición, por lo apabullante del mismo, por el trabajo de banda acumulado para lograr esa comunión perseguida con sus instrumentos. Ha sido un trabajo fructífero, sonaron mejor que nunca. El pero: para mí, los momentos de “estepa sonora”. Quizá para otros no supusieran problema alguno, incluso sirvieran de alivio acústico. Cuando acuciaba la, llamémosla, introspección, cuando el drone se hacía más presente que el ritmo, me sacaban del concierto. Sin embargo los picos de intensidad que desplegaron en muchos momentos te retorcían, atrapándote con energía y con una constancia rítmica a prueba de metrónomos, excelente Cesar Verdú a la batería. Bueno, impecables los tres en la ejecución. La puesta en escena, una bacanal de humo y láser, provocó sensaciones encontradas: a mí me pareció un buen recurso estético y además permitía fumar a escondidas, a mi compadre Zaplana le descolocaba un poco a ratos la falta de contacto visual. Una cosa más, conseguir enfocar para sacar una buena foto fue un auténtico reto, de hecho creo que no lo llegué a conseguir del todo, testimonio gráfico y poco más, que tampoco andaba yo muy fino.